Su historia

La abadía de Septfontaines fue fundada a principios del siglo XII. Hacia 1123, un religioso de las Ardenas, Jobert, se instaló en una ermita en el fondo del valle de Franchevaux, a pocos kilómetros al norte de la actual abadía. Reunió a su alrededor a una pequeña comunidad adoptando la regla de San Agustín. Hacia 1125, la fundación se trasladó a la actual ubicación de la abadía y recibió del obispo de la ciudad deLangres el nombre de Septfontaines.

En 1138, la fundación de la abadía fue confirmada por bula del papal y adscrita a la Orden Religiosa Premonstratense que San Norberto acababa de fundar. La misión de la abadía era, por lo tanto, la de este instituto: vida comunitaria al servicio de la Iglesia, hospitalidad y compromiso social dirigido a los más necesitados. Sus patronos eran la Virgen María y San Nicolás. Permaneció en la Orden Premonstratense hasta la Revolución Francesa.

Del siglo XII al XIV, Septfontaines se desarrolló rápidamente bajo la protección de los Condes de Champagne y de nobles locales. Fundó la abadía de Mureau, así como el pueblo vecino de Blancheville. En 1299, Felipe el Hermoso, rey de Francia, y su esposa Juana de Navarra, condesa de Champagne, la elevaron al rango de abadía real. La flor de lis, desde entonces, adorna el escudo de armas abacial. Posteriormente, en el siglo XIV sufrió las repercusiones de diferentes disturbios y guerras en Francia; siendo sus edificios destruidos o gravemente dañados.

Fue objeto de dos grandes reconstrucciones: en el siglo XV debida a Pierre Thomassin d'Andelot, y en los siglos XVII y XVIII conducida por los premonstratenses reformados, que le devolvieron la prosperidad durante más de un siglo. Después de la Revolución Francesa, los monjes abandonaron definitivamente el edificio que fue utilizado como granja por los nuevos propietarios, fragmentando el dominio en tres partes diferentes. Debido al nuevo uso y a la falta de mantenimiento se derrumbó la nave de la iglesia y buena parte de los edificios siguieron la misma suerte. La abadía se encontraba en situación crítica..

Afortunadamente, encontró una nueva vida en 1886 cuando fue comprada por el conde Theodore Ducos, hijo del ministro de la Marina de Napoleón III, y de Anne Joly, nativa de Haute-Marne. Théodore Ducos emprendió una restauración a gran escala, añadiendo edificios y elementos arquitectónicos mezclados armoniosamente con el patrimonio antiguo. A su muerte, la abadía, que se había transformado en una hermosa residencia, pasó al dominio público durante algún tiempo transformándose en museo. De nuevo, una vez más, mal mantenido, volvió a los herederos del Conde Ducos.

Hoy en día, es la sobrina nieta del conde Ducos quien, con su familia y la nueva generación, cuida de la abadía respetando el espíritu que presidió su fundación. El público puede acceder a ella, descubrirla y sumergirse en su singular historia ya sea a través de la estancia, del alquiler, o bien participando en las manifestaciones que allí se organizan o también durante las visitas guiadas que tienen lugar durante los meses de verano.